El empresario del corazon roto

Chapter 21: La memoria y los detalles



Chapter 21: La memoria y los detalles

Después del beso, una atmósfera única se formó entre los dos. Ésta era más íntima pero sin sobre

pasar los límites de la amistad que poco a poco habíamos formado así que, tomados de la mano

caminamos por París, a pesar de que la nieve caía con mucho más fuerza de lo normal, lo que nos

llevó a refugiarnos en el restaurante donde yo solía ir con Nadine cuando era más joven.

Pensé que tan solo entrar al restaurante un ataque de pánico alteraría todos mis sentidos, pero no fue

así, sólo observé con detenimiento la estructura del lugar, la decoración y el mesero nos llevó a una

mesa que yacía cerca de la ventana para poder seguir viendo el paisaje, por lo que comprendí una

cosa, el miedo, el pánico y la tristeza vivían en mi, no en los lugares.

Isabel, ahora con su boina roja que le compré cerca del Sacré-Cœur (Sagrado Corazón), se siente

frente a mi y se quita la chamarra descubriendo su hermoso suéter de cuello alto, o tal vez su sencillo

suéter pero en este momento estoy tan fascinado con todo, que puedo jurar que es hermoso, al igual

que su cabello cubierto de nieve y el olor a jazmín que despide.

―¿Te gusta? ― Le pregunto.

―Es, hermoso... el restaurante, el ambiente, la nieve es mucho más bonita en París definitivamente.

Donde yo nací no cae nieve ¿sabes? ― Comenta.

―¿Cómo? ¿De dónde eres? ―Me atrevo a preguntar y a la vez me da pie para conocerla más.

―Pues la historia de mi familia es rara, es como una familia itinerante. Todos somos de diferente país

pero del mismo continente.

―Explícate.― Digo entre sonrisas mientras el mesero se acerca para ponernos el servicio.

―Mis padres son de Estados Unidos, por eso el apellido Osher, ambos son médicos y trabajaron en

organizaciones, ahí se conocieron en un lugar en Venezuela, donde nació mi hermano, luego viajaron

a Colombia y donde nació mi hermana...― Explica.

―Y ¿Tú?

―Yo nací en México, fui la ups de la familia, mis padres no deseaban un tercer bebé y siempre lo

dicen, llegué yo de sorpresa arruinando planes. ― Comenta divertida y yo sólo sonrío.

Parece ser que entrar de sorpresa en la vida de los demás es algo que estaba en la sangre de Isabel,

lo que me hace pensar que esto que ahora tenemos los, no es una coincidencia, tal vez es destino.

―Y ¿Qué pasó? ¿Cómo terminaste acá?

―¡Ah! Bueno, mis padres querían regresar a Estados Unidos pero a mi padre le ofrecieron un trabajo

acá, así que emigramos al viejo continente cuando yo sólo tenía tres años y aquí estoy.

―No sabía que tenías una historia tan interesante.

―No voy por la vida contándosela a extraños Quentin...― Responde coqueta mientras toma una pieza

de pan de la canasta y le da una mordida― ¿Puedo preguntar tu historia?

―Puedes.― Digo con confianza y tomo su mano fría para calentarla―¿Qué quieres saber? ―

Pregunto.

―Lo que quieras decirme... ― Contesta.

Me quedo pesando un momento mientras tanto de resumir mi vida, aunque en realidad me acabo de

dar cuenta que es demasiado aburrida y cuadrada así que no me tardo mucho.

―Bueno, nací en Francia, tengo una hermana que se llama Jacqueline, es menor que yo y vive en

Nueva York con su esposo y su única hija, Léa. Crecí en Francia y luego me enviaron a un internado

en Inglaterra para después estudiar la universidad y ahora estoy aquí, contigo.

―Una historia muy corta.― Se burló.

―No me gustan mucho los detalles.― Contesto.

«Miento, con Isabel he aprendido a fijarme en todos, sobre todo en su boca, esa que a partir de hoy

me tiene más embelesado que nunca».

―Los detalles son lo que le da sentido a los días... lo que te ayuda a recordar lo que hiciste el día

anterior. Por ejemplo.― Isabel acerca su mano a mi rostro y toca el pequeño hoyuelo que tengo sobre

mi mejilla.― Cuando me regalas una media sonrisa tu hoyuelo de la parte izquierda siempre aparece,

pero cuando sonríes plenamente, se te hacen dos.

En ese momento sonrío como ella mencionó y toca el otro hoyuelo que se me hace en la otra mejilla,

sin pensarlo mucho beso ligeramente la palma de su mano. Isabel se sonroja.

―Qué observadora.

―Detalles, todo está en los detalles.

El mesero nos trae el menú y ella se acerca a mí para que yo le ayude a escoger el comida y yo

aprovecho para pedir un vino para celebrar, sé que ella piensa que es por su cumpleaños, pero en mi

mente también está la idea de hacerlo por todo lo que en este día ha pasado.

―¿Te puedo preguntar otra cosa? ― Me dice sonriente.

―Dime.

―¿Dónde conociste a Nadine? ―Me quedo en silencio un momento y el rostro de Isa cambia de

inmediato.― Lo siento no era...

―No, está bien, estamos conociéndonos, tú ya me contaste de tu familia y yo puedo hacerlo. Nadine

fue mi primera novia, mi primer amor... la conocí desde niño, era hija de uno de los socios de mi papá.

Crecimos juntos y cuando tuvimos edad le pedí matrimonio, tenía tan sólo dieciocho años.

―¿Dieciocho? ― Pregunta sorprendida.

―Así es, no tenía nada más que esperar, era ella y lo sabíamos ambos así que nos casamos y

durante años conocimos el mundo, viajamos, disfrutamos, nos amamos mucho y tiempo después llegó

mi primer hijo, luego el segundo y... todo era perfecto.

El tono de mi voz hace que ella deje de comer y me ponga un poco más de atención.― Si quieres, no

tienes que contar más.

―No, está bien, hace años atrás mi psicóloga me recomendó hacerlo para sanar heridas, creo que

este es el momento.― Confieso.― Cuando llegaron mis hijos me enfoqué en mi familia a un grado

máximo, le ayudaba a mi esposa con ellos, comía a mis horas, estaba en cada cita con el pediatra,

cada desvelo, quería ser el mejor padre del mundo y...

Isabel me tomó de las manos y ahora fue ella quién las besó.― Lo fuiste, de eso no tengo dudas, ni

Nadine las tuvo. Ellos saben que hubieras dado la vida por ellos ¿no es cierto?

―Es verdad, la hubiera dado, por eso durante mucho tiempo me castigué porque habían sido ellos y

yo no, mis hijos no tenían ni cinco años en este mundo y yo ya llevaba más de treinta, pero ahora creo

que comprendí el porqué estoy aquí.

―¿Para qué?

―Para mantener su memoria viva.― Confieso de una manera tan poética y natural que no lo puedo

creer. No sé, tal vez el beso de Isabel me dio otra visión del por qué estoy aquí o tal vez, que por

primera me estoy dando la oportunidad de continuar sin sufrir o preguntarme ¿por qué yo no?

El mesero se acerca con la comida y después de servirnos yo lo hago con el vino llenando la copa de

ella y luego la mía.

―Brindemos ¿quieres? ― Propone feliz.

―Por tu cumpleaños Isa.― Hablo tranquilo.

―No, por la memoria y los detalles lo que le da el sentido a nuestros días.― Dice alzando su copa

para luego chocarla ligeramente con la mía para después tomar un sorbo y disfrutar de la deliciosa

comida.

Después de ahí, el resto del día se fue como agua ya que la llevé a los otros monumentos importantes

que ella deseaba. Se tomó fotos con su móvil delante de la pirámide del Louvre, abajo del arco del

triunfo y finalmente para cerrar el día fuimos a ver la Torre Eiffel de cerca y subimos a su famoso

mirador, que debo confesar tuve que darle una buena propina al chico para que nos dejara subir ya

que habíamos llegado un poco después del cierre.

El frío arriba cala y lo hace hondo, ella a pesar de la emoción se cubre con los brazos y se frota con

ellos para generar calor, pero admira maravillada el paisaje desde arriba y toma fotos.

―Hace frío.― Me dice fingiendo una sonrisa.

―¿Puedo hacer algo? ― Le pregunto y ella asiente con la cabeza.

Comienzo a desabrochar lo botones de mi grueso abrigo y sin decir nada más la abrazo por detrás Content (C) Nôv/elDra/ma.Org.

haciendo que ella quede protegida entre mis brazos y el abrigo. Isa sonríe y se acomoda para sentir el

calor de mi cuerpo.

―¿Mejor? ― Pregunto a su oído.

―Sí, muchas gracias.

Ella tiembla, no sé si lo hace por nervios o porque en realidad tiene mucho frío, supongo que es una

incógnita que por el momento no resolveré. ―Lo siento, eran sorpresa y no te dije que tenías que

venir más abrigada, ahora que bajemos te compro un abrigo.

―No Quentin, no es necesario, tengo varios en casa y esta es la última parada ¿qué no? ― Contesta.

Debo confesar que al escuchar esa frase me llega un poco la melancolía. En verdad me gusta mucho

pasar tiempo con ella y este día en París más que un día de regalo para ella, se ha hecho un día de

regalo para mí.

―Espero te haya gustado tu cumpleaños.

―Me encantó, es... insuperable, Paris, croissants, chocolate y vino...― Murmura mientras ve como la

ciudad comienza a prender una que otra luz al fondo. ―Y tú.― Finaliza.

Acerco mi rostro hacia su hombro y dejo que mi cabeza descanse ahí mientras ella entrelaza los

dedos de sus manos con lo míos permitiéndome que la abrace más cerca de mi cuerpo. El frío ya no

es un problema para ambos, ya que nos sentimos más cerca que nunca lo que genera un intenso

calor entre los dos.

―¿Qué harás en Navidad Isabel? ― Tengo el atrevimiento de preguntarle.

Ella sonríe.― Me iré con mi familia. Mis padres suelen rentar una cabaña en las montañas todos los

años y ahí pasamos Navidad. Cocinamos, tomamos chocolate y vino, aprovechamos para ir al pueblo

cercano donde hay una feria navideña y compramos más arreglos de los que tenemos, vemos los

festivales, vamos a patinar... ― Explica en un tono de alegría que me contagia.― Y ¿Tú?

―Yo... yo hace tiempo que no hago nada, suelo quedarme en casa y veo televisión todo el día hasta

quedarme dormido.― Resumo, porque en realidad mis navidades suelen ser más trágicas pero ella no

tiene porque saber esos detalles.

Nos quedamos en silencio por un momento, observando la ciudad y seguramente ella observando los

detalles de todo lo que está a su alrededor. Entonces se voltea con cuidado y aún protegida por mi

abrigo, me ve a los ojos y sonríe.

―¿Quieres venir? ― Me pregunta.

―¿A dónde?

―En Navidad, la casa es grande, hay suficientes habitaciones y la pasaríamos ahí, juntos. Yo me voy

desde el 20 de diciembre porque ayudo a mi madre a cocinar y comprar los ingredientes, pero tú

podrías ir el 24 o 25 no importa.

―¿No dirán nada tus padres?

―No, claro que no.― Asegura.― Sólo es un invitación por si gustas ir conmigo, nada es obligatorio.

Suspiro. Mi cuerpo de pronto me pide que me quite el abrigo porque muere de calor pero no quiero

hacerlo, me gusta estar así con ella, tan cerca como cuando le pedí el beso.

Puedo ver de nuevo de cerca esa manía que tiene de morderse los labios, ese ligero lunar que tiene

en la comisura del labio inferior al lado izquierdo y esos ojos que brillantes que me mantienen

hipnotizado.

No me gusta romper mis rutinas, es lo que me ayuda a sobrellevar el día a día pero de pronto llega

esta mujer, tan apasionada, de carácter, sincera y hermosa que no sólo me invita a romperlas si no a

ya no pensar en ellas.

―Me encantaría pasar Navidad contigo Isabel.― Le contesto y ella me regala una media sonrisa que

me mueve todo tipo de sensaciones por dentro.

Toma mi rostros con sus manos y ligeramente me da un beso sobre ellos. Puedo sentir ese calor de

nuevo, las cosquillas y el deseo sólo con ese gesto.― Nos encantará que vayas Quentin.― Habla.

―Sé que será una buena memoria para conservar.

Isabel acaricia mis mejillas y cuando siento su tacto sonrió.― Ahí están, esos hermosos hoyuelos.

―Y aquí esta este pequeño detalle de tu boca.― Contesto y esta vez sin pedirlo, yo la

beso.


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